Las memorias del agua: Una aproximación histórico-antropológica
Crónicas de principios del Siglo XIX se refieren a la importancia y caudal del Río Salado.
“El río tenía aguas constantes en el año; tomaba su origen en las montañas que circundan los suntuosos y célebres palacios de Mitla, recogía afluentes en toda la parte del valle de Antequera o de Oaxaca a la cual ya llamaban valle de Tlacolula, pasaba al Sur del Tule a la distancia de 500 m o poco menos y se acercaba a la capital, dando riegos a las haciendas del Rosario, la Compañía y Candiani (Sandoval Morán, 2007, p.15).
En Santa María del Tule el Río Salado representa una aspecto crucial del territorio y de las memorias relacionadas con el agua. Las personas mayores de cuarenta años mantienen recuerdos relacionados con la pesca, las actividades domésticas y las actividades recreativas realizadas a lo largo del caudal que recorría las orillas de la zona poblada de la comunidad.
Donde se construyó el puente no había paso, entonces el puente ayudó a pasar el ganado. En el camino hacia la casa de mi abuelita pasábamos dos ríos, claro que uno era más grande, más amplio, abarcaba toda la calle, en temporada de lluvia no se podía ni pasar (Entrevista, junio 2022).
Se recuerda la gran cantidad de árboles, sabinos, sauces y pirules, que formaban parte de este paisaje. De igual forma, se ubican en qué puntos se formaban pozas en las que era posible nadar, bañarse y hasta echarse clavados.
A finales de los ochenta pastoreábamos chivos en el cerro, los dejábamos arriba y bajábamos a bañarnos al río y jugábamos a echarnos clavados. En tiempo de lluvias tomábamos agua de los huecos de las peñas. Utilizábamos una planta que al quebrarla sacaba una especie de leche y la aplicábamos para limpiar el agua (Cartas al agua, dinámica del taller participativo, 23 de junio de 2022).
"Plantita que aclara el agua" (Archivo IDAS, 2022)
Se recuerda también que en la década de los sesenta y setenta era frecuente que el río fuera visitado por jóvenes estudiantes provenientes de la ciudad de Oaxaca, que acudían al río como un espacio recreativo para después pasar a comer en los puestos de la comunidad.
Las personas mayores de sesenta años recuerdan que durante la época de lluvias era común que el agua corriera por las calles de la población. Se recuerdan ojitos de agua entre las casas, la gente nos contó:
“en las calles del Tule antes cada esquina había pocito de agua y en el campo había arroyitos de agua” (Entrevista, junio de 2022).
(Colección Cassasola, INAH) https://mediateca.inah.gob.mx/
Estos escurrimientos se aprovecharon para la construcción de zanjas que servían para el riego de los terrenos, pero también para disponer de agua para el consumo humano. Para lavar se usaba un lugar llamado el puentecito, otro conocido como el pocito y algunas zanjas. Recuerdan llevar su ropa en carretillas y tender entre los árboles, si la ropa no se secaba por completo se regresa a casa para el tendido.
Se recuerda también que la escuela primaria se encontraba en el centro del pueblo, cerca del árbol del Tule y que en los descansos iban a jugar entre los enormes sabinos, colgándose en las ramas o jugando a las monturas de caballo sobre sus raíces expuestas.
En el árbol se jugaba a las agarradas, a la cebolla, a meterse a un hueco que tenía el árbol, se escuchaba, parecía que había adentro un río que iba pasando, nos colgábamos de las ramas... (Entrevista, junio de 2022)
Árbol del Tule,1950-1955
(Colección Cassasola, INAH) https://mediateca.inah.gob.mx/
También cuentan que había quienes llegaban a ver una jícara roja en un escurrimiento de agua que se formaba entre los sabinos. Jícara que también se llegaba a ver en otros cuerpos de agua.
La zanja que salía del Pocito la gente decía que pasaba una jicarita colorada y nadie la podía tocar. La gente que lavaba la veía, decían de esa jicarita… (Entrevista, junio 2022).
Estos relatos remiten a un elemento que fue central para las labores domésticas antes de la llegada de los plásticos, pero que también tenía un uso ritual en algunas curaciones. Esto sin olvidar, que una antigua práctica de adivinación zapoteca consistía en “leer en el agua de una jícara para revelar el porvenir” (Thiemer-Sachse, 2000, p.192). Actualmente, todavía hay tejateras que mantienen en su venta el uso de estas hermosas jícaras.
Para curar la tristeza se ocupaba una jícara colorada, geranio y rosa (Cartas al agua, dinámica del taller participativo, 23 de junio de 2022).
"Jícara de la región", (Archivo IDAS, 2022)
Las memorias del agua de Santa María del Tule nos llevan de inmediato a los tiempos en que el río Salado se mantenía limpio y caudaloso; a cuando el agua fluía por las calles en época de lluvia. Los tiempos en los que el agua se recogía a ras del suelo de los pozos.
La manera en que los habitantes se surtían de agua era mediante pozos a flor de tierra, que se encontraban en el solar de cada casa y el agua era utilizada lo mismo para la cocina que para todos los demás usos domésticos. Los pozos tenían un desnivel superficial del agua entre 1.60 m y 2.28 m de la superficie exterior. Para la época de sequía el agua bajaba paulatinamente en todos los pozos y ya para fines de abril o principios de mayo, en algunos –los menos profundos- hasta desaparecía por completo (Sandoval Morán, 2007, p.15).
En el campo se tomaba agua de las zanjas para hacer el tejate para los almuerzos y la cantidad de agua que llevaban era tal que llegaba a haber pececitos en ellas. Memoriar el agua nos lleva a recordar a los seres vivos que acompañaban el agua de la comunidad, pero también a las prácticas, imaginarios, saberes, conocimientos y filosofía que se mantiene presente en las narrativas de la gente de la comunidad.
Yo me acuerdo del río Salado, cuando me bañaba con el agua de lodo, cuando lo atravesábamos nadando, también cuando juntábamos berros cuando acompañaba mi madre a dejar el almuerzo (Cartas al agua, dinámica del taller participativo, 23 de junio de 2022).
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